Un emperador romano llamado Heliogábalo era algo extraño, por decir de una manera, para la época en la que vivía. Este emperador le gustaba en momentos imitar la vestimenta de las mujeres como la textura y el color de las telas e incluso le gustaba pintarse los labios y las pestañas. A la hora de viajar le gustaba ir cargado de maletas y pagar mucho por un pequeño frasco de perfume.
Este emperador se enamoró del hijo de un panadero corriente, tan solo por el cuerpo que el hijo del trabajador lucía. Dice un historiador, que el antiguo amante de este emperador puso un tipo de droga en la bebida de su contrincante, en este caso el hijo del panadero, para que esa noche no gozara. Con este echo, el emperador desterró a su amante.
